Del libro de crónicas y ensayos
SILUETAS CONTRA EL MURO
DEL CABREO AL CHOTEO
I
Si en el cielo no
hay humoristas, como afirmó Mark Twain, entonces sólo el diablo sabe adónde han
ido a parar los grandes guaracheros de Cuba, los desbocados del son montuno y
de todas las variantes del son, los rumberos, sublimes verdugos de la crónica social
cantada, que condenan o salvan con solo un estribillo. La idea de Twain de que
todo lo humano es patético, por lo cual, la fuente secreta del humor no es la
alegría, sino la tristeza, parece tambalearse ante el recuerdo de esta tropa de
impenitentes sacudidores del esqueleto. Pero tal vez no sea más que una
impresión superficial. Bien repasados los textos de sus composiciones, así como
el grupo de asuntos, personajes y circunstancias que las inspiraron, podría
concluirse que, efectivamente, mucho de tragedia y remolinante existencial
subyace en los orígenes. Y si para redondear sumamos la creencia, bien
extendida en nuestra Isla, de que resulta imposible decir algo divertido sin
que sea al propio tiempo malicioso, y la aderezamos con el ideario de Jorge
Mañach, para quien "siempre fue la burla un recurso de los
oprimidos", pues ya casi no nos van quedando dudas: De la misma manera que
no hay un solo género, una tendencia, una sola etapa en la historia de la
música popular de Cuba que no esté signada por la herencia de la esclavitud
africana, y ya que por igual no hay manifestaciones de esta música donde el
humor no intervenga como substancia, o al menos como sazón, tampoco existe una
sola pieza de carácter jocoso que no sea expresión del desquite o la riposta
del desdeñado, de la chanza de quienes se rebelan contra la autoridad, o del
punzante aletazo de los que están abajo.
Choteo sublimado en
la envoltura de sabrosas notas, pero choteo al fin, el ingrediente humor dentro
de la música popular cubana no sólo afinca raíces en los propios fundamentos de
nuestra nacionalidad, y es también suma de sus dos surtidores básicos -aunque
con muy notable inclinación de la balanza hacia el aporte africano-, sino que
debe su desarrollo y su éxito permanente a lo que Jorge Mañach consideró
"una relación de recíproca influencia entre el carácter y la
experiencia" del pueblo cubano (muy en particular del negro, remarcamos
nosotros). Y naturalmente, a nadie habrá que revelarle a estas alturas con
cuánto de drama ha sido entretejida, desde el primer día, la historia de
nuestra nacionalidad.
Tampoco es para
tomar al pie de la letra aquello de que la gracia cubana, y su peculiar
espíritu burlón, nacen del medio antes que de la idiosincrasia. Como no hay que
otorgarle demasiado crédito a lo dicho por Mañach en cuanto a que la alegría
resulta siempre un indicio de comodidad vital. Pero verdaderamente no creo que
reste mucha tela por donde cortar una vez que se aparten de la lista de temas
inspiradores del humor en nuestra música, desgracias y miserias experimentadas
desde siempre por los pobres y, claro, muy especialmente por los negros, tales
como la desilusión, el abuso de poder, el engaño, la hipocresía, el efecto de
las diferencias sociales y económicas, y el tratamiento de lo erótico, es
decir, el relajo, asumido como provocación, como actitud rebelde del que canta.
Al final, ya sabemos que el pícaro no es más que un apaleado a quien natura y
los palos le encendieron el bombillo de la picardía. Y resulta en realidad
difícil hallar otra figura que refleje mejor sus contornos que la del jodedor
cubano, negro o mestizo por excelencia, artífice de tanto canto y tanto cuento.